martes, 9 de febrero de 2010



De San Pedro de Ovando a San Roque.
Por: Felipe Galván

Es un interesante fenómeno productivo la hiperactividad de María Sanz. Hace poco más de un año me encontraba elaborando un análisis sobre su agradable y certera novela Aguaviento para presentación en Bellas Artes, hablando de ella como posibilidad cinematográfica, que en los pañales productivos no termino de elaborar en guión punto, cuando sorprende con la novedad de su entrega novelística actual: Los muertos de mi vida.
En el presente la Sanz se confirma como la autora literaria de las haciendas poblanas, y a sus ubicaciones de Santiago, con su novela Un día como otro, y a San Pedro de Ovando en la mencionada Aguaviento, ahora nos viene a agregar a la Hacienda de San Roque en este texto de reciente factura de extensión mayor y que parece ser grande no sólo por tamaño sino porque en Los muertos de mi vida María Sanz se acerca a lo que los teóricos, de Manhatan transfer hacia delante, han dado en llamar novela total.
Amén de ambiciosa como autora, compleja estructuradora, rica en aperturas empáticas y grandiosa hacedora de virtualidades como la vida real en su otredad propuesta, María es agradecida con sus fuentes.
…El día de su muerte, trece de diciembre, el cortejo salió de su casa, en el barrio de San Francisco, y atravesó la ciudad hasta el Panteón de La Piedad. Un silencio absoluto. Todos, de negro riguroso. Recuerdo sólo a una niña que iba de la mano de su padre, el teniente coronel Rodolfo Sánchez Taboada. Vestida de blanco como una flor de esperanza. (2009:105)

La niña vestida de blanco, la hija del teniente coronel Rodolfo Sánchez Taboada, es quien motivó, provocó y facilitó acceso a todo lo necesario en la Hacienda de San Pedro de Ovando para que María Sanz escribiera su Aguaviento; por supuesto varios años después. Esta anotación en el corpus de la novela que ahora nos ocupa es, conciente o inconcientemente, homenaje y acto de profundo agradecimiento a Matilde Sánchez de Sierra.
Hyden White, un historiador metido a teórico literario, definió en los sesenta del siglo pasado a la ironía como un cuarto tropo, su planteamiento no era un simple agregado a los tradicionales tres: sinécdoque, metonimia y metáfora, sino un cuestionamiento al menosprecio que de ese tropo hacía la estilística tradicional al no dejar de verlo como una simple figura retórica. En éste trabajo de Los muertos de mi vida, María actúa literariamente como una discípula de alto nivel de White. La propuesta de la autora es una gran ironía, en donde ésta actúa como transformadora, totalizante y, al mismo tiempo, entrada para la polisemia; la obra en cuestión requiere necesariamente de largas reflexiones y, para los golosos de la lectura, varias lecturas que enriquecerán la profundidad significante.
Más allá de la ironía el texto, que es una propuesta poblana, se inserta en la galería de la literatura nacional. Tres influencias enormes se visualizan desde la primera visión; a ellas podemos acudir recurriendo a tres de los personajes de mayor importancia en la novela.
Vicencio es el médico, el confidente y amor en algún momento de la historia de Magdalena Milagros. Este rico personaje es también el receptor, el primer contacto del discurso que verbalmente elabora la mujer-columna vertebral del desarrollo narrativo. Vicencio junto a la mujer abre la novela y desde el primer capítulo parece no dejarla en toda ella. Magdalena contará a Vicencio de su infancia, de su juventud, del romance filial con su padre y el rompimiento de éste por la actuación tramposa de sus hermanas; a los oídos de él llegarán los recuerdos de los amores de Magda y, sobre todo, de la vida del esposo de la mujer: el general Gabriel Zenteno.
Pero Vicencio, amante furtivo con quien Magdalena sensualizaba al ser auscultada y no haber ido más allá de un amor casi platónico por la vigilancia tras la puerta de la esposa del médico, es recuerdo, alejado del cuerpo físico pero presente en alma, espíritu y realidad onírica casi, como el amor platónico, de carne y hueso. A él le habla por largas noches y extensos días, también ahora ante la vigilante mirada o simple escucha de Conchita y Josefina.
La influencia es clara, María Sanz, autora poblana de la primera mitad del siglo XXI no puede ocultar su conocimiento, cercanía y gusto por el camino marcado por la poblana clásica del siglo XX y de mucho tiempo más: Elena Garro. Al igual que la plática entre bisabuelos de menos de diez años con bisnietos de más de ochenta, en el mausoleo familiar o Un hogar sólido, en la pluma de María Sanz la plática con quien dejó la vida y recuerda, poniéndose en el acto mismo en igualdad espiritual, es una posibilidad real en la vida y en la ficción literaria.
La misma Magdalena Milagros, hilo conductor de la historia, personaje principal, vida construida por María Sanz de principio a fin de su otredad novelística nos desvela la influencia de otro gran maestro de nuestras letras. Ella narra a los noventa años, en 2010, su triscaidecafóbica (aversión al número trece) condición. La mujer nació en 1920 y cuando narra hechos de la Revolución que van desde el combate de los Hermanos Serdán hasta el terremoto del 85, inmediatamente se sugiere a otros narradores que le comunicaron a ella aconteceres de antes de su nacimiento, de su niñez o simplemente de su lejanía física; pueden ser narradores implícitos no enunciados o el personaje está instalado en el mundo de la aldea global de la imaginación poblana, una elaboración en que la historia, los recuerdos de la vida y los valores filosóficos del presente propician los elementos del discurso sobre el transcurrir en los noventa años de existencia y más, desde la perspectiva del elaborador; es como si Magdalena Milagros declarara: he venido hasta aquí para evocar a mi marido, un tal Gabriel Zenteno; declarando con ello la deuda de María Sanz con Juan Rulfo.
El francés es un típico amante carnal que al pensar con el sexo vive en su contradicción: al engañar al deseo del amor por los deseos de riqueza y bienestar, engaña a su víctima, para vivir posteriormente engañado por ella hasta su muerte, en un transcurrir vital que lo condena en todo su existir a amar parcialmente a quien debió amar totalmente. Esta es una gran paradoja, una circunstancia que transforma sentidos, cubre realidades con posibles interpretaciones incluso enfrentadas o, mínimamente, abre el texto a la polisemia con el uso del tropo de la ironía. Es irónico que el gran amante sea el gran engañado, el festivo engañado, el lúdico engañado, el feliz engañado.
La ironía de Magdalena Milagros para con su francés no es la única usada en el texto, hay más, la construcción de Gabriel Zenteno es otra gran ironía del texto que por supuesto abreva en el uso que del tropo hace el gran maestro de éste en la narrativa nacional: Jorge Ibargüengoitia.
Es ineludible ingresar a la pregunta que la narradora principal va respondiendo a través de todo el texto. ¿Quién es Gabriel Zenteno?
Se puede hablar de él como el héroe revolucionario, como el marido de Magdalena Milagros, como el hombre de una de las estatuas de la Revolución, como el fantasma que ocupa la memoria colectiva de los personajes; porque si atendemos a su condición según lo que su viuda va diciéndonos, el general Zenteno fue marido de ella por un corto periodo, le dejó una hija, una posición en la sociedad, una fortuna y un mundo para soñar hasta que la muerte los separara (a ella y a los recuerdos). Es en la intensidad de esos recuerdos que le narra a Vicencio y a los receptores-lectores del texto mediado por María Sanz de este hombre fallecido, habitante de la imaginación de Magda o fantasma del ayer en nuestra historia de la Revolución. Con esos elementos podemos ubicar al texto como un producto típico de la narrativa contemporánea mexicana, amén de la pertinencia de editarse al final de 2009 y presentarse precisamente el año del centenario de la Revolución, 2010.
En Los muertos de mi vida encontramos una larga serie de interculturalidades en la producción literaria reciente. La más cercana producción a nuestra fecha de inicio del 2010 firmada por Rafael Pérez Gay, se llama Nos acompañan los muertos, el nombre simplemente relaciona, pero no es eso solamente lo que las acerca; Abelardo Rodríguez, sonorense y seguro descendiente de uno de los tres cachorros en la presidencias designado por Elías Calles, escribió Morir matando, en el texto y desde el punto de vista sonorense ubica la debacle villista fundada en la terquedad villista durante el combate en Celaya; Juan Tovar en La madrugada pareciera que nos narra en su texto dramatúrgico la oposición a lo anterior, al escribir lo que bien pudiera ser una visión de los vencidos villistas; Guillermo Schmidhuber con su Héroes inútiles, cuestiona la verdad de setenta o más años de institucionalización revolucionaria, al exponer en una propuesta escénica que de poco o nada valieron el millón de muertos en el conflicto, para que las cosas continuaran igual o casi, confirmado en una constante varias ocasiones mencionada en el texto al calificar la gesta: Revolución interrumpida; lo que nos comunica con teóricos de la sociología. Finalmente en esta lista, que podría ser mucho mayor, el hecho de que los espíritus cuenten a través de la mujer de noventa años, nos conecta con el ya clásico texto de Ignacio Solares, Madero, el otro, donde el espíritu del espiritista Francisco Ignacio Madero narra la historia del cuerpo que acaba de abandonar tras ser balaceado
¿Pero quién es, verdaderamente, Gabriel Zenteno? Es una entrada a la elaboración de un interés, una morbosidad a resolver, un elemento de seducción para no abandonar la novela desde que inicia hasta donde aparece el punto final, recorrido inexcusable para responder la pregunta que responde y profundiza la narradora. Con esto bastaría para concitar el interés por la lectura, pero junto a ello existe el elemento de la sabiduría narrativa de una autora de amplio espectro que logra generar escenarios de emociones de alto contraste.
... “Es por el pecado de Eva, y cada mes lo recordarás. Te advierto desde ahora: cuando te cases: tu marido por “ese lugar” te hará sufrir. Luego vas a parir con dolor, tal y como me sucedió a mí. Sentirás punzadas insoportables en los pechos y te sangrarán los pezones cuando amamantes a tu hijo. No escaparás. Después de ese hijo vendrá otro y otro. Así será tu vida hasta morir: dolor, sufrimiento y resignación. Toma el rosario y empieza a rezar”. (2009:115)

Este texto que a los oídos y sensibilidad de un receptor del siglo XXI le parecería divertido y gozoso por lo que fue y es una exacerbación a tal grado aumentada que raya en la farsa, contrasta con lo que por su crudeza, sangriento y morboso pueden tener algunos otros pasajes escatológicos.
…Una decena de hombres y cuatro mujeres, desnudos todos, colgaban de los árboles. Los zopilotes picoteaban las carnes en un banquete dantesco. En la tierra, las aves enfurecidas se disputaban los trozos arrancados de varios bultos de tamaño muy inferior al de un adulto… Gabriel … Se quedó sin fuerza… (2009:175)

A la columna vertebral de la narración que descansa en Milagros, se alterna la voz pareada de Conchita y Josefina, ambas mucamas como las de antes, son dos miembros más de la familia de Magdalena Milagros, formada por su hija Raquel y el nieto Gabriel, llamado como su abuelo y estudiado como el médico y confidente Vicencio. El tono coloquial y popular del par de acompañantes de la voz narrativa principal complementa y da respiración de contrapunto a la sobriedad universal que tiene la voz principal; pero también abre aristas diferentes desde la lealtad por sentimiento de la joven y la lealtad del amor en todas sus variantes, incluido el enfermizo, de la vieja asistente-testigo y cómplice en la vida de Magdalena Milagros.
La narración se asienta en tres niveles concéntricos, un núcleo básico y por ende raíz de todo que es la familia; en este hay un dibujo de la característica poblanidad: existen personajes de aliento humanista universal que contrastan y son afectados dialécticamente, en un choque de contrarios que fuerza el avance, por seres en los que bien se podría fundamentar el viejo dicho exclusionista de mono, perico y poblano; no lo toques ni con la mano… etc. etc. Categoría a la que pertenecen las gemelas de Magdalena Milagros. Un segundo nivel es el de Puebla en la primera mitad del siglo XX con personas, sitios y acciones evocadas, registradas y reinventadas; un nivel sabroso, divertido e ilustrador. El tercer nivel lo constituye la gesta revolucionaria, es quizás el más interesante por complejo; Gabriel Zenteno se inicia en la balacera contra los Serdán en el bando policiaco pues su familia es porfirista, después tiene que huir de ahí y va a parar con los zapatistas para, finalmente, aliarse cuando pasó la fase de balazos, con los sonorenses, particularmente con Elías Calles. Como buen poblano terminará con el presidente hermano del cacique local: Manuel Ávila Camacho. Todo ello es narrado por su viuda que heredó la orgullosa hija ambos, quien siempre tendrá presente al padre que sólo conoce por las pláticas maternas, y al nieto hijo de la anterior; pero la historia del marido en sus vaivenes se antoja increíble o tan rematadamente inverosímil que suena como la misma revolución, interrumpida.
Y esta es la gran ironía en los tiempos de centenario revolucionario. Magdalena Milagros parece inventar la revolución que no vivió sino a través de su marido que tan corto tiempo la acompaño, Raquel vive toda su vida orgullosa de un padre que participó en la revolución que, así se lo hace entender su madre o los relatos de esta, cambió la vida del país; pero ya hay una nueva generación, la del doctor Gabriel, nieto de Magdalena Milagros, quien inventa el discurso de la revolución y su marido, e hijo de la admiradora de la revolución, Raquel, quien vive creyente de ser lo que es gracias a su padre y la revolución en la que participó; este Gabriel de tercera y, por cronología, potencialmente de cuarta generación, estudia, investiga y concluye que la revolución fue interrumpida, como dice su abuela, y por lo tanto llevó al país a algo muy diferente a lo que se deseaba: la igualdad; por ello habría que volver a reempezar. Pero ¿para qué alterar a la inventora de la grandeza y a la creyente en ello? Mejor, decide Gabriel nieto, asumir la verdad; y pudorosa, cauta y prácticamente opta por no exacerbarla, para tranquilidad de los afectados, pero aprehendiéndola; apuntando los cambios para el mañana.
En resumen podemos decir que este texto poblano que aborda los tiempos de la Revolución Mexicana desde la visión de una habitante de hacienda poblana, parte del microcosmos familiar para ubicarse el cosmos regional e introducirse en el macrocosmos de la gesta nacional. Recorriendo desde ahora, 2010, el centenario en Puebla, la evolución de la Revolución hasta el cuestionante ahora y, finalmente, posibilitando la reflexión para la construcción del mañana porvenir en la geografía misma del lugar de los hechos. Por ello es una novela total en la que la madurez autoral de María Sanz domina la escritura, y el receptor-lector accede a un mundo ficcional en el que el universo es el de la vida… la rica vida en otredad de Los muertos de mi vida.

Sanz, María. Los muertos de mi vida. 1ª. Ed. BUAP. Col. Asteriscos. México. 2009

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